Era un verano, casi estoy segura de ello. Tal vez unas vacaciones de semana santa. No recuerdo muy bien. Bueno, bueno, en realidad les quiero platicar de mi excursión a la alberca. Y no hubiera sido tan relevante de no ser por el changuito que tenían a la entrada. Era peludo de color negro y blanco, tenía una graan cola y patas y brazos igualmente laaargoos. Su jaula era redonda y de malla ciclónica muy mal colocada, pues se encontraba abierta de la parte de abajo; al centro había un árbol sin hojas desde el cual, el macaco veía a la gente entrar y salir. Era un mico y era espectacular verlo ahí.
En realidad no hizo ninguna monería. Pero era ¡Genial! Y nos encontrábamos mirándolo, esperando que hiciera algo gracioso; nunca ocurrió. Más bien el mugroso simio me retó.
Traía yo un vestido blanco con rayitas anaranjadas, propio de una niña chiquita. Y en la cintura debía traer un listón anaranjado, pero era mucho mejor jugar con él, así que lo traía en las manos. Allí estaba, contemplando al changuillo, con mi juego de listón. De pronto, sin decir “agua va”, el simio de largas manos me quitó el listón anaranjado. Me quedé perpleja ¿Qué se creía ése animalejo? ¿Acaso no sabía que las cosas ajenas se deben pedir prestadas, jamás arrebatar? Estaba indignada y frustrada, pues inmediatamente después de robar de mis manos el listón, fue a posarse a la parte más alta de su tronco.
Mi papá me tomó de la mano y me guió hasta la mesa en donde nos colocaríamos mientras jugábamos en el agua. Mientras caminaba voltee a ver al chango con la promesa de que habría revancha. Me puse el traje de baño y me fui a clavar directamente en el agua. Por un instante me olvidé de recuperar mi listón.
De rato, muy de rato, cuando nos preparábamos para regresar a casa (así debió ser, porque traía puesto mi vestido), recordé que aún no podía partir sin mi listón. Me dirigí resuelta a recuperar lo mío. Mientras me aproximaba, tanteé el terreno. La malla seguía allí, el simio también y me veía con ojos curiosos. ¡Ese peludo animal no tenía idea de mi plan! Y ¿si entraba por la abertura en la malla? ¡Quizás pudiera entrar!
Llegué ante el mono, di la vuelta a la jaula y encontré la abertura. Colgaba de un extremo como objeto olvidado, mi listón. Del otro extremo él lo sostenía entre sus peludas manos. Sólo era cuestión de entrar, estirarme, tirar de él y salir inmediatamente. ¡Bien pensado! El plan era perfecto. Un segundo antes de ejecutar mi grandiosa estrategia, me sentía asustada. Pero el listón estaba allí pidiendo rescate. Respiré profundo y metí la mitad del cuerpo en la jaula. Y tal como lo pensé, lo hice: jalé y salí de la jaula. “Ojo por ojo” pensé.
El chango se quedó confundido al sentir el jalón y cuando no vio el listón entre sus manos, me buscó. Yo sentí al macaco salir por donde yo entré e imaginé que me perseguiría hasta acorralarme y quitármelo. No me arriesgué y me alejé de prisa, mostrándole el listón en señal de triunfo, en tanto comenzaba a gritar algo que pudiera traducirse como “¡Oye, ladrona! ¡Devuélveme mi listón!”.
Yo estaba feliz. Pero mis papás tenían caras de lápida cuando llegué con ellos. Habían visto mi travesía desde lejos, y me explicaron del daño que pudo haberme hecho. Como no obtuve ningún rasguño, sino el reclamo del peludo animal… ¡YO GANÉ!
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